Mis fantasmas tienen la delicadeza de recordarme los errores que no debo volver a cometer, me toman de la mano para que no me pierda en la vorágine de lo desconocido, hasta ahogarme en el pantano de las imágenes pasadas, y embadurnarme con el barro de los miedos sin causa.
Ya no sé cómo hacerles entender que les agradezco mucho la intención, pero que ya no me hacen falta, que puedo seguir sola. Aún así, ellos persisten en acompañarme a donde sea, en todo momento.
Tengo que explicar en cada lugar al que concurro, que ellos vienen conmigo, que no los puedo dejar en la puerta como si fueran un paquete. Si voy al cine, tengo que comprar dos entradas: una para mí, la otra para ellos, porque ocupan el lugar de una persona.
Quizás sea por eso que la gente huye de mí: siento que hace tanto tiempo que estoy tan rodeada de fantasmas, que ya soy una de ellos.
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